Esta
canción empieza a moverse en sus primeros acordes como haría la chica de tus
sueños que ahora pasa bajo la lluvia, y va yendo, ahora temprano, al trabajo
que odia, pero que no se atreve a dejar.
Hay música para cada escena, para cada
lluvia.
Cruza a la tarde la plaza que las luces
municipales empiezan a iluminar.
Espera el colectivo que nunca llega a
tiempo. Se mancha con barro el vestido y piensa en un libro que prestó y que nunca le
devolvieron.
Hay que armar un inventario de objetos
prestados; hay que reinventarse todo el tiempo, piensa.
Pero también hay música sin alma que
jamás podría hacerle pensar en el barco que trajo a su abuelo, ni en el primer
disco que compró, ni en una mañana de lluvia a mansalva, diluviana.
Viaja de vuelta sola. Camina a su casa, prende
un cigarrillo. Mañana franco de esos que no duran nada.
Estas
canciones tienen vida. Tienen músculos, órganos, sangre y color. Se escriben
solas. Canciones que se reproducen como plaga.
Pero también hay música sin alma.
Lisandro